Tras la muerte de Alfonso II, sin sucesión, se desata de nuevo la guerra civíl entre los partidarios de Nepociano (perteneciente a la familia alavesa del rey), y el hijo de Bermudo I, Ramiro, quien finalmente triunfa, aunque sus ocho años de reinado se caracterizan por el continuo temor a las conjuras de los familiares de Alfonso II, y la sistemática persecución y exterminio a que somete a éstos. Las crónicas asturianas, que elogian las obras arquitectónicas levantadas por Ramiro I en la villa regia construída por éste en la falda del monte Naranco (Naurantium), silencian sin embargo cualquier actividad edilicia en Oviedo, lo que ha llevado, a no pocos historiadores, a considerar incluso un abandono de la ciudad.
Sin embargo, su nieto Alfonso III, consta epigráfica y diplomáticamente, como realizador de importantes obras edilicias en Oviedo: una torre-fortaleza, donada a la catedral del Salvador, en la civitas episcopal, y, extramuros de la misma, al noroeste, su propio palacio, calificado como "magno", así como un fuerte castillo urbano, seguramente articulado con una nueva muralla, que englobó y amplió, sobre todo por el sur y el oeste, a la antigua ciudad episcopal.